LAS CALABAZAS

Era invierno y como tal la época de las calabazas, pero en aquel siglo habían encontrado una muy especial y diferente a las demás, pues no tenía la misma estructura del resto, que son las típicas para asar. Esa calabaza había sido apodada como el calabacín, que se quedaba plantado en medio del campo y de repente aparecía y desaparecía. La gente aldeana que salía a pasear se asustaba, porque de lejos lo confundían con un espantapájaros y los niños lloraban del miedo que les producía, pero el calabacín, que era una bruja hechicera, se sentía contenta por la forma adoptada. Los comentarios eran terroríficos, unos de lástima, otros de burla y otros de indiferencia, porque el calabacín era igual de feo de una manera que con su verdadero aspecto. Al final, un famoso hechicero fue llamado para volverlo a la normalidad y dejar de transmitir el terror entre los de alrededor y se convirtió en una pobre anciana, que en vez de bruja, parecía una escoba con los pelos de punta, pero con la forma del calabacín. Cuando estaba en su choza, consultaba la bola mágica y se ponía una careta, para buscar muchachas por todo el planeta. Se decía a si misma lo guapa que estaba y que con sus largos dientes podridos, conquistaría a alguien, que le diera satisfacción y después convertirla en basura, para tirarla por la gran caldera y quemarla viva, porque así nadie la descubriría. Tenía la mirada asesina y sin los dientes que fabricaba para engañar, era una fantasma, que por las noches gritaba locamente buscando chupar la sangre de una joven, que fuera algo inocente, pero nunca lo conseguía, pues mientras miraba por su bola de cristal, se le caía todo y desaparecían de tanto miedo, al verla tan horrible, por lo que ya no le servía la bola de nada, excepto, para verse a si misma, por eso lloraba de tan fea como era y de que por sus brujerías malignas no cazaría a ninguna presa. Al final se marchó de nuevo al campo y allí haciendo sus ritos de hechicera satánica, se volvió otra vez en calabacín, pero nadie lo cogía para comérselo, pues tan solo con tocarlo se rompía de tan viejo y del olor tan amargo y ácido que desprendía, por lo que decidieron enterrarlo tan profundamente, que ya no volvió a salir nunca más y quedó su historia grabada en el libro del siglo XVI.

La envidia y la lujuria son iguales que el calabacín, por eso hay quien no puede tener nada, porque mienten, engañan, son sinvergüenzas disfrazadas, dan asco de tan horribles como son por dentro y por fuera, son repugnantes, nadie las quiere y llevan un látigo invisible, para hacer lo que quieren y pegar sin parar; abusan de los pequeños que no se pueden defender quemándolos vivos en las calderas de sus traiciones y vulgaridades, porque la sangre que corre por las venas de esos bichos son puro veneno, el corazón una calculadora, el alma es la vagina, el cerebro es un bote de hojalata, el aspecto es de unas trastornadas con andares de Don Quijote y cabalgan con Rocinante, si es que lo encuentran unos ratos, para divertirse y quitarse el frío de entre las piernas, porque siempre tienen calor y desean los riegos de agua, para refrescarlo.