Llevamos unos días, en los que las campanas que anuncian un fallecido suenan sin parar, pues aquí en los pueblos se hace eso y suelen ir casi todos al entierro. Cuando veo uno y se que son mayores, por lo menos han descansado y no son jóvenes, pero me hace pensar que nadie sabemos la hora, el cómo y el lugar. La muerte no entiende de edades y es ver un ataúd, para comprender que solo estamos de paso y encima nos hacemos mal unos a otros, sabiendo que en realidad tenemos un espíritu y ese nadie lo quiere cultivar.
Cada día voy conociendo historias de enfermos por las drogas, que les ha llevado a una esquizofrenia y están controlados, pero cuando llega el botellón de los fines de semana, se vende mucha como en todos los sitios y son coches raros que acuden a esos encuentros con disimulo, para engatusar a lo que demuestra, que ni la juventud es feliz, cuando se toman esas cosas.
El mundo está podrido en todos los aspectos y solo los pocos, que sienten el amor verdadero con sus parejas y son correspondidos, pues caminan juntos sin separarse, tienen la verdad de la tierra, para soportar todo lo que pueda llegar y cogerse de las manos para no desfallecer, esperando que llegue la noche para abrazarse fuertemente y traspasarse lo que cada uno siente por el otro, algo que salvaría este planeta de tanta superficialidad y egoísmo, pues no es lo mismo hacer el amor, que practicar sexo.
El prójimo ya no cuenta, solo saludan a desgana, te ayudan la mayoría porque hay educación, pero aquí, o todos son mayores, o la gente esta casada o es toda muy joven, pero además tienen sus círculos cerrados y no te dejan entrar, solo se puede soportar tanta soledad si es el amor lo que tienes en este lugar, pero el mío lo asesinaron, dejándome muerta, abandonada y brutalmente dañada.
No quiero ni puedo vivir, sin esa mujer que me ame intensamente, pero no viene a mi y no se si existirá, que solo seamos las dos en una, que nadie nos controle, ni demos explicaciones, que no exista la maldad en ella y sea sincera y verdadera, que no sean los demás más importantes que yo, que cada cual siga su camino y que ella y yo seamos un amor divino, que nos lleve a pasear cogidas de la mano y queriendo gritar cada una mirando al cielo ¡Señor, cuánto la amo!
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