LO DESCUBRIÓ CUANDO MORÍA

Era una mujer pecaminosa, pero no lo reconocía, porque la prepotencia y la rabia, de amargura se la comían.

Una paloma mensajera se le posaba en la ventana, le hablaba de lo que tenía, pero le daba un manotazo y la espantaba llena de ira, porque no le gustaba lo que le decía,

Sus fracasos los escondía con el orgullo, sus lágrimas las reprimía, para ser como una piedra ante la soledad y los demás, sus pensamientos eran fantasías, que le hacían escapar de la realidad, que ocultaba con la ceguera de sus ojos y de todo su ser; su derrumbamiento lo que el viento se le llevó al ser de papel, su agonía, no aceptar que todo le estaba saliendo mal; el odio que almacenaba era el fracaso de no haber triunfado en nada y sentirse ridícula, al creerse perfecta. Era un arma mortal, para protegerse del bien y alimentarse de los malignos que le rodeaban y de un vacío muy grande, al ser una desgraciada y coger el camino más corto, para evitar los verdaderos pasos de la vida, que están llenos de todo, pero fáciles de dar con un buen bastón de oro, en el que apoyarse.

Buscaba tanto la perfección, porque en el fondo era una acomplejada, pero no escuchaba a la paloma, que deseaba hacerla sabia, y ella no quería, porque la necedad, la soberbia y sus pecados malignos, eran conocidos por el ángel del demonio, que la había elegido por ser tan insegura, sin personalidad, por no saber diferenciar lo bueno de lo malo y verla la presa perfecta, para convertirla en su seguidora y tener un frío espantoso por las noches, porque sus paredes eran de hielo, al no tener un corazón de carne y un alma divina.

La paloma blanca bajaba de parte de Dios, deseaba hacerla reflexionar y darse cuenta de la oportunidad que le daba, para cambiar a su Señor; pero la lucha que mantenía era terrible y se le reflejaba en todo su rostro, en el hablar y por eso corría y corría sin saber a donde escapar.

Pasó mucho tiempo, el reloj de la vida caminaba muy deprisa y aquella paloma blanca, acabó yéndose hacia otros lugares, buscando a quien salvar; aquella pobre mujer digna de lástima, se convirtió en una anciana muy pronto, pero una noche mientras dormía, se despertó de repente y sintió que por su cara resbalaban lágrimas muy espesas, encendió la luz y se asustó al ver que eran de sangre, se levantó como pudo y en aquella ventana estaba la paloma blanca, viéndola apagada, desconsolada y conociendo el sueño que había tenido.

La anciana había reconocido y le dolía de verdad, que todo lo que había hecho a lo largo de su vida, no le había proporcionado nada de felicidad, pues al no tener discernimiento, ni la madurez necesaria, para lo más grande del universo; al ser tan superficial y no distinguir los valores de la verdad, añoraba y no se quitaba de su interior, la imagen de aquella criatura, que fue el mejor regalo que tuvo y ni tan siquiera lo abrió para mirarlo.

La anciana cogió a la paloma con su mano, ésta le daba piquitos cariñosos, se sentó con ella en el sofá, la contemplaba una y otra vez mientras la acariciaba; y de repente, la anciana le dijo despacito, que deseaba a su gran amor reconocido, para despedirse; pero la paloma se transformó en un ángel enviado del cielo, para cogerla de la mano, con el corazón que se le convirtió de carne, y con toda misericordia, le concedió aquel deseo, llevándose su espíritu a la presencia de ese gran amor y le confesó su gran secreto, compartido por las dos.

Este cuento no va dirigido a nadie en concreto, es solamente, para todos en general, porque a veces ocurren cosas así.