En un parque muy importante que había situado en medio de una bonita ciudad, vivía un anciano mendigo en compañía de su ratoncito y de su amigo fantasma, con el que solía hablar siempre.
El mendigo era consciente de que se estaba muriendo y de que le quedaba poco tiempo de vida, los restos de comida que conseguía o le daban, los repartía con su ratoncito, que dormía en el bolsillo de su chaqueta.
Un día se enteró de que iban a convertir el parque, en un lugar solamente para niños, de que pondrían juegos para ellos y de que prohibirían dormir a los vagabundos en sus bancos y estar allí.
En una de las veces que se puso a pensar, empezó a llorar amargamente y al levantar la cabeza vio ante él a un muchacho joven, que no le quitaba la mirada de encima.
Aquel joven le preguntó: ¿Por qué lloras anciano?...aquél le contestó: Porque pronto me quedaré sin hogar y no sabré a donde ir a morir. El joven sorprendido por la respuesta le pregunto: ¿Pero anciano esto es un parque, no es una casa que te de un techo y calor. Entonces el viejo le añadió: Muchacho hablas así porque tu lo habrás tenido siempre, pero a mi la vida me trató muy mal y ahora estoy agradecido de tener mi parque, todos me conocen y quiero fallecer aquí.
El chico seguía intrigado por esas respuestas y de repente, le dio una palmada en la espalda y le dijo: ¿Sabes mendigo? yo también me estoy muriendo y mi padre es un hombre muy importante, no te preocupes ni sufras, porque voy a hablar con él y le convenceré para que utilice sus influencias y paralicen lo que quieren hacer con el parque.
EL joven cogió al anciano, lo levantó y se lo llevó a su casa para presentarle a su padre, cuando su padre los vio reaccionó queriendo tirar al mendigo a la calle, pero el hijo se le puso delante y le contestó: Si lo tiras a él me estás tirando a mi, porque somos amigos y su hogar es el parque que quieren transformar. Yo me estoy muriendo y él también, solamente quiero que te encargues de que paralicen las obras y le dejes morir allí, porque es el único deseo que tiene y que pide.
El padre avergonzado de las palabras de su hijo al que pronto iba a perder, se puso a recapacitar y lo abrazó con todas sus fuerzas, se sentía orgulloso de la bondad de su corazón y de la lección que le había dado.
Entonces comieron juntos, todo lo que quisieron, estubieron hablando y jugando con el ratoncito, el mendigo siguió en su parque y todos los días iba su amigo de verdad a estar a su lado.
Un día tardaba mucho en llegar a su hogar y su padre alarmado, avisó a la policía que se puso enseguida a buscarlo, pensaba que el anciano le había hecho algo malo. Cuando llegaron al parque se los encontraron a los dos abrazados y muertos.
En sus rostros se reflejaba Paz y Amor y entonces el padre juró ante la presencia de los dos, que en aquel parque habría sitio para todos.
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