EL JARDÍN DE DOS FLORES

En un jardín perfumado y con hierbas suaves como el algodón, habían dos flores bonitas que se miraban y se ponían coloradas, por el gran amor que se tenían. Se sonreían tímidamente y poco a poco se iban acercando mutuamente, pues el pudor del sentimiento que habitaba en sus raíces, las convirtieron en inseparables y en la belleza de un amor que iba creciendo con profundidad y a la luz del sol.

Iban disfrutando de sus miradas llenas de dulzura, de sensibilidad, de susurros románticos, que hablaban por si solas y al final acurrucándose entre la hierba, se abrazaban contemplando las estrellas.

En cada una de ellas iban escribiendo un poema espontáneo, que les salía de sus pétalos y cuando acababan se decían entre besos dulces como la miel ¡te amo!, la otra le contestaba ¡como yo a ti!, las dos flores crecían y se destacaban por los grandes cuidados del jardinero divino, el que las había sembrado, para que el gran amor que se profesaban fuera destacado.

Las dos preciosas flores eran distintas, se acariciaban suavemente y se llenaban de dicha, de un gozo de dos almas en una, de un compartir diario, para transmitir al mundo la hermosura de la naturaleza, una contemplación que gustaba ver a los demás, porque predominaba la pureza de un amor verdadero, grande, sin igual y esperaban solas la noche, para entregarse en la intimidad. Un gran amor que nadie destruiría y nada lo rompería, porque las dos eran una sola y morirían si las arrancaban de su precioso jardín.